martes, 11 de junio de 2013

Lirica italiana renacentista



En el Renacimiento italiano la lírica está totalmente impregnada por la influencia de Petrarca y por la concepción neoplatónica del amor, desarrollada por los humanistas. Entre los principales cultivadores de la lírica se hallan:
Pietro Bembo (1470-1547). Su obra poética más destacada es Rimas. En el diálogo Gli asolani expone una teoría platónica del amor, y en Prosas sobre la lengua vulgar trata sobre la importancia de la lengua toscana. Influyó significativamente en la poesía de sus contemporáneos.
Angelo Poliziano (1454-1494). Gran latinista, fue protegido por Lorenzo de Médicis. Escribió poesía en tres lenguas: en latín, en griego y, sobre todo, en lengua toscana, como las Estancias y Orfeo, en forma de representación profana. Su obra plasma un mundo pagano, idealizado y mitológico.  También destaca la figura de Lorenzo de Médicis, llamado el Magnífico (1449-1492), notable poeta, además de gobernante de Florencia en su máximo momento de esplendor.
                                                                Francesco Petrarca
 (Arezzo, actual Italia, 1304-Arqua, id., 1374) Poeta y humanista italiano. Durante su niñez y su primera adolescencia residió en distintas ciudades italianas y francesas, debido a las persecuciones políticas de que fue objeto su padre, adherido al partido negro güelfo. Cursó estudios de leyes en Carpentras, Montpellier, Bolonia y Aviñón, si bien nunca consiguió graduarse.  Según relata en su autobiografía y en el Cancionero, el 6 de abril de 1327 vio en la iglesia de Santa Clara de Aviñón a Laura, de quien se enamoró profundamente. Se han hecho numerosos intentos por establecer la identidad de Laura, e incluso sus contemporáneos llegaron a poner en duda su existencia, considerándola una creación para el juego literario. Petrarca defendió siempre, sin embargo, su existencia real, aunque sin revelar su identidad, lo que ha inducido a pensar que quizá se tratara de una mujer casada. Sí está comprobado, en cambio, que mantuvo relaciones con otras mujeres y que dos de ellas, cuyos nombres se desconocen, le dieron dos hijos: Giovanni y Francesca.
La lectura de las Confesiones de san Agustín en 1333 lo sumió en la primera de las crisis religiosas que le habrían de acompañar toda la vida, y que a menudo se reflejan en su obra, al enfrentarse su apego por lo terreno a sus aspiraciones espirituales. Durante su estancia en Aviñón coincidió con Giacomo Colonna, amistad que le permitió entrar al servicio del cardenal Giovanni Colonna. Para este último realizó varios viajes por países europeos, que aprovechó para rescatar antiguos códices latinos de varias bibliotecas, como el Pro archia de Cicerón, obra de la que se tenían referencias pero que se consideraba perdida. Con el fin de poder dedicarse en mayor medida a la literatura, intentó reducir sus misiones diplomáticas, y para ello consiguió una canonjía en Parma (1348) que le permitió disfrutar de beneficios eclesiásticos. Posteriormente se trasladó a Milán, donde estuvo al servicio de los Visconti (1353-1361), a Venecia (1362-1368) y a Padua, donde los Carrara le regalaron una villa en la cercana población de Arqua, en la cual transcurrieron sus últimos años.
 


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