En la edad media, Europa occidental contó
con una unidad lingüística, debido al uso del latín tanto en países romanizados
como fuera de ellos, todo esto favorecido por la extensión de cristianismo. El
rompimiento de la unidad lingüística se debía a las invasiones germánicas, que
trajeron consigo el deterioro de las comunicaciones por el abandono de los
caminos que unen a las diferentes regiones; el aislamiento de los territorios
trae como consecuencia la descomposición del Latín y
su evolución, al grado que comienza a aparecer un gran número de dialectos de
los que posteriormente surgirán las lenguas modernas.
Algunos autores siguieron escribiendo en
latín, en tanto otros desarrollaron manifestaciones literarias en dialectos
locales que aún se conservan; así las lenguas modernas se convierten en
elementos disociadores (separadores) de
la cultura Europea, en cambio, el latín constituye un agente de unidad,
intercambio cultural y propagación del cristianismo en la civilización
occidental. Otro elemento universal de la cultura medieval es la iglesia,
porque estaba centrada en perpetuar la tradición intelectual a través de los copistas
de manuscritos que se elaborarían en los
monasterios. También se construyeron grandes catedrales, se fundaron las
mejores y extraordinarios universidades como:
·
Sorbona en
Francia.
·
Salamanca en
España.
·
Oxford en Inglaterra.
·
Bolonia en Italia.
Algo de resaltar es el impulso dado a los
estudios latinos en la corte de Carlomagno; posteriormente se
empezó a traducir y a divulgar la biblia.
Evolución de las Lenguas Europeas
Es difícil decir cuántas lenguas se hablan en el mundo. Aunque esta
afirmación es cierta, no deja de sorprender a aquellos que no se dedican a la
Lingüística. En Europa esta situación no es ajena. En el continente
europeo hay lenguas que casi se habían dejado de hablar y que en los últimos
tiempos han vuelto a utilizarse (por ejemplo el tártaro de Crimea, hablado
por un pueblo que sufrió la deportación). Lenguas que llegan con las personas
que las utilizan (como actualmente el chino). Lenguas que, por voluntad de las
sociedades que las convierten en un elemento de identificación y cohesión social,
nacen a partir de otras que ya existían (por ejemplo el luxemburgués, que
originariamente era una variante local del alemán), y lenguas que parecen
resucitar (por ejemplo el córnico). También existen, lamentablemente, lenguas que
lentamente desaparecen, como el aragonés. Si se consideran todos estos
elementos, se concluye que es difícil decir cuántas lenguas se hablan en
Europa.
De todas formas, se puede
considerar que el número de lenguas habladas en el continente europeo,
desde el océano Atlántico a la cordillera de los Urales (sin tener en cuenta el
Cáucaso), llega a setenta, sin contar las distintas lenguas de signos de las
diversas comunidades de personas sordas ni de todas las lenguas que utilizan
cotidianamente los nuevos europeos llegados de todas partes del mundo. La
mayoría de estas setenta lenguas pertenece a la familia indoeuropea, lo que
significa que tienen un origen común y que, por lo tanto, se asemejan, aunque
estas similitudes. También hay en Europa lenguas de las familias
urálica (por ejemplo el finlandés, el estonio, el saami o el húngaro) y
altaica (por ejemplo el turco o el tártaro), una lengua de la familia
afroasiática, el maltés, emparentado con el árabe y una lengua sin familia
conocida, el vasco. En Europa son indoeuropeas las lenguas bálticas (el
letón o el lituano), las célticas (el gaélico irlandés, el galés o el bretón),
las eslavas (el ruso, el polaco o el macedónico), las germánicas (el inglés, el
alemán, el frisón o el islandés) y las románicas (el catalán, el rumano, el
castellano o el occitano), y también el griego, el albanés y
el romaní, la lengua indo-irania que hablan tantos gitanos europeos.
A lo largo de la historia, las
lenguas europeas han prestado palabras las unas a las otras – y también de
lenguas de otros continentes en una interrelación fecunda. Por ejemplo,
el turco ha dado a un gran número de lenguas europeas palabras como
haviar (caviar) y yoghurt (yogurt). La palabra sauna,
existente en muchas lenguas, proviene del finlandés.
El desafío principal que las
sociedades europeas han de afrontar hoy en día es el de continuar manteniendo
la diversidad lingüística que, sin contradicción con una notable unidad
cultural, siempre han desarrollado, junto con las lenguas de la inmigración de
tanta importancia actual. Esto significa encontrar fórmulas de comunicación
supranacional que no favorezcan la hegemonía de ninguna lengua y también dar
vida a todas las lenguas del continente que, por razones económicas o
políticas, se encuentran en una situación de debilidad que amenaza su
supervivencia.
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